
Cada vez más entrepreneurs locales se atreven a probar suerte en el continente negro en rubros como la tecnología agrícola, la venta de vinos o la dirección deportiva; los pioneros destacan que los riesgos son grandes pero también las oportunidades.
Dicen que en la Argentina está todo por hacer. También dicen que por eso florece el espíritu emprendedor. En África, entonces, está todo por hacer al cuadrado. Y si a eso se les suman inmigrantes argentinos, las posibilidades son infinitas. Desde un exjugador de las inferiores de Lanús que entrena a futbolistas en las playas tunecinas a un jujeño oportunidades que se cuenta entre los arquitectos más destacados de Sudáfrica: a los argentinos que se aventuraron al lejano continente les sobran historias que contar.
Los vínculos comerciales entre la Argentina y África todavía tienen mucho para avanzar, sobre todo teniendo en cuenta el crecimiento poblacional de la región. Según Naciones Unidas, en 2100 cuatro de cada diez habitantes del mundo serán africanos. Para la Argentina, en principio, significa una oportunidad de alimentar a miles de millones de personas, pero también de empezar a pensar en exportar conocimiento y proyectos.
Por el momento, en el top 10 de socios comerciales asoma Argelia en el puesto ocho, de acuerdo con los últimos datos oficiales disponibles. Es una relación superavitaria y el país africano es esencialmente comprador de alimentos. Sin embargo, las economías africanas también demandan valor agregado, y es en ese espacio donde la Argentina y los argentinos pueden avanzar con exportaciones, emprendimientos y consultoría profesional.
No es fácil: quienes se aventuraron a tierras africanas se encuentran con obstáculos que van desde barreras idiomáticas y culturales, pasando por trabas burocráticas en países de instituciones frágiles, hasta la falta de estadísticas que dificulta el conocimiento del mercado. En países que no tienen economías tan pujantes como Egipto, Sierra Leona o Etiopía, además, se suma la desventaja de la falta de infraestructura, especialmente en lo que refiere a la salud y al transporte, aseguran quienes viven allá.
LA NACION conversó con una decena de argentinos que decidieron probar suerte en el continente africano. Los que se animaron lo saben: los riesgos de emprender en África son grandes, pero las oportunidades también.
Diseño de exportación: Las casas diseñadas por el arquitecto jujeño-cordobés Hugo Hamity, que está radicado en Sudáfrica hace más de 25 años y hoy trabaja en toda la región subsahariana. de escala y en el agregado de valor sin perder de foco los sistemas de alimentación sustentables y el acompañamiento de las mujeres rurales", explica, y agrega que para hacer su trabajo replica modelos y transfiere tecnologías argentinas.
También brinda asesoramiento para argentinos que desean invertir en África. Entre las oportunidades que encontró en un país de poco más de 1,2 millones de habitantes está el trabajo con "nuevas generaciones de jóvenes motivados" de la región que "impulsan la revolución industrial y agraria". Para eso, dice, usa la ventaja de la versatilidad y la calificación "del recurso humano argentino" y añade: "Trabajar con África siempre es un agregado para mejorar nuestras habilidades".
Segmentación cultural
"Del Ecuador para abajo, los distintos países de África son como uno solo. Si bien es muy diferente de la situación económica y social de cada uno, es fácil la interacción porque todos hablan inglés. Además, como son países no tan desarrollados buscan profesionales de Sudáfrica", explica.
Para el arquitecto, emprender en Sudáfrica tiene una dificultad extra cuando no se es nativo, porque existe tal segmentación cultural dentro del país que hay muchas comunidades a las que se busca promover antes que a los extranjeros. "Pero una vez que entrás, ya está", dice, "cuando tenés claridad de lo que querés hacer, Sudáfrica es muy fértil. Lo que plantás, funciona".
Paula Sartini también puede dar fe de eso. Nació en la Argentina y hasta los 10 años vivió en Olivos, momento en que sus padres decidieron mudarse a Sudáfrica. Después de varios emprendimientos de consultoría pensó en cómo llevar productos de tecnología a los clientes con los que ya trabajaba, los bancos. "Yo quería ofrecerles un sistema en el que pudieran introducir los cambios -algún nombre del directorio, por ejemplo- y que se replicara en todos los documentos de la compañía, en todas las oficinas que tuviera en el mundo", dice esta argentina, que concretó su idea con la creación en 2014 de la empresa Brand Quantum, de la que es CEO.
"La mentalidad de ser un inmigrante en otro país ayuda, porque tenés otra actitud hacia el trabajo; sabés que tenés que esforzarte un poquito más", dice y recuerda una anécdota: "Cuando llegué acá no podía hablar inglés ni estaba al nivel deportivo de mis compañeros. Un día que me preguntaron si sabía nadar. Yo no entendí bien y me dio vergüenza decir que no. Así que no sé cómo, pero me metí al agua y nadé".
Uno de los países más pequeños del continente es Guinea Ecuatorial, con una superficie casi unas 100 veces más chica que la Argentina. Allí está la consultora agrícola e industrial Giselle Llanes, que pivotea entre esa nación y Angola para ofrecer sus servicios a productores. "El trabajo está centrado en la originación de materias primas
Tierra fértil
"Me ofrecieron venir por cinco años lo que para mí, provinciano sin experiencia de trabajo en el exterior, me parecía una eternidad. Lo hablé con mi novia, quien es hoy mi esposa, y decidimos que íbamos a tomar el desafío", recuerda. Nueve años después, vive con su mujer y su hija de dos años en la ciudad de Port Elizabeth. Robin está a cargo de la parte productiva de San Miguel en Sudáfrica, que tiene más de 1100 hectáreas plantadas con limones, naranjas y mandarinas de distintas variedades.
Para él, África es un continente lleno de oportunidades. "Hay una escasez de servicios muy grande y una necesidad de crear nuevos negocios y fuentes de trabajo para la gente que hace que los bancos te den facilidades muy grandes para emprender", apunta. Además, señala que hay una mejor calidad de vida. "Acá el 90% de los trabajos terminan a las cinco de la tarde y todo el mundo se va a su casa, pase lo que pase".
A unos 4600 kilómetros está Emilia Medina, una mendocina licenciada en Logística que importa vinos argentinos a Kenia desde 2017. Está casada con un británico-keniata que se dedica al turismo y la ayudó a montar su negocio. Empezó tímida, pero el año pasado superó ampliamente su proyección de venta de 30.000 botellas: terminó entregando 80.000 unidades. Vende al consumidor final a través del e-commerce de su empresa, Solovino, pero también a hoteles y restaurantes.
Los vinos que importa en Kenia son de Grupo Peñaflor y asegura que el malbec es muy bien recibido en el país africano. "Cuando la Argentina comenzó a salir nuevamente al mundo, los vinos acá fueron un boom y terminaron siendo un producto exótico, reconocido y con una mejor relación calidad-precio que las variedades sudafricanas, las más conocidas en este territorio", señala. Medina mezcló su negocio con algo de evangelización: organiza eventos de cata con gastronomía argentina y así promueve la cultura vitivinícola en un país donde no es demasiado fuerte.
El choque cultural también estuvo presente en la primera experiencia de Juan Ignacio Ponelli en África. Como chief strategy officer de Positivo BGH, fue el encargo de la expansión de la compañía hacia Ruanda, en el centro del continente. La firma tomó la decisión de instalarse allí, explica el ejecutivo, porque es una nación que tuvo un crecimiento anual de alrededor del 8% durante 10 años, y porque está dentro de la East Africa Community (EAC), un área aduanera especial como el Mercosur que les dio acceso a otros mercados como Kenia, Uganda y Tanzania.
"En lo profesional, el desafío era muy grande -relata-. Desde concretar el negocio hasta producir, pasando por la construcción de la fábrica y el armado de un equipo totalmente nuevo y multicultural que debía ser altamente eficiente y entregar resultados en pocos meses". Su mayor temor era el desarraigo, estar lejos de los suyos. Hoy dice que sus miedos se disiparon y que la experiencia marcó su vida.
Desde cero
Detectó un escenario conformado por productores agrícolas que, en el 96% de los casos, están por debajo del nivel de subsistencia. "Por ejemplo, una familia de 10 personas que produce arroz en un cuarto de hectárea y eso es lo que comen todo el año. Si por alguna razón la cosecha no va bien, pasan hambre". Según explica, esa situación contrasta con los recursos naturales extraordinarios del país, donde hay suelos fértiles y una cantidad de recursos hídricos "de primera".
Así nació West African Rice Company (WARC), que provee a los pequeños productores un paquete tecnológico que incluye insumos tecnológicos, servicios (siembra, cosecha) y conocimiento técnico para la explotación de sus tierras con el fin de que el pequeño productor aumente su producción. El paquete se da a préstamo y también ofrece la opción de coordinar el contacto con entidades microfinancieras que puedan otorgar préstamos financieros. En 2014 el emprendimiento de Mroue estuvo paralizado por un brote de ébola, pero luego repuntó y hoy tiene 160 personas trabajando, de 13 nacionalidades distintas, y oficinas en Ghana.
En el otro extremo del continente, en Etiopía, los problemas a los que se enfrentan los pequeños productores son distintos. Cuando llega el momento de transportar su mercadería los granjeros se acercan con sus productos a alguna ruta nacional y esperan que pase algún carro tirado por caballo o alguna moto que los acerque a un mercado donde ofrecerlos, sin saber nunca cuándo llegará ese momento. Esa fue la situación que el argentino Patricio Gerpe, junto a sus compañeras de estudio etíopes, quiso mejorar cuando ideó Enpov, una aplicación que intenta ser como un "Uber para comerciantes rurales africanos", que conecta conductores rurales con pasajeros.
El proyecto fue diseñado en 2017, en el marco de la competencia de emprendedurismo social Hult Prize, y estará disponible a partir de septiembre con la ayuda de IBM, que le proveerá la infraestructura tecnológica. La aplicación funciona a través de mensajes SMS porque en el público al que apunta hay poca incidencia de smartphones. Gerpe, de 26 años, se mudará a Etiopía para acompañar el lanzamiento de la aplicación.
A 6200 kilómetros de Etiopía vive Nelson Rojas, entrenador y consultor deportivo en Túnez. El exjugador de las inferiores de Lanús conoció las tierras tunecinas después de una experiencia de voluntariado en Senegal, donde vivió junto a su mujer, Maite, y trabajó en escuelas de fútbol. Decidieron mudarse juntos a un país en la misma región, pero con playas.
Hoy ella produce "viandas" de comida argentina para expatriados y él maneja la empresa de consultoría deportiva que creó. La bautizó Buntu, que en árabe tunecino significa gol. Es manager de jugadores y, además, creó una especie de cantera para aspirantes. "Estamos empezando una academia de fútbol para jugadores de África de países en conflicto, como Congo y Sudán, que vienen a probar suerte al norte para ver si pueden pasar hacia Europa. Los entrenamos y, si puedo transferirlos, eso me genera un ingreso", explica el entrenador.
Se comunica en francés y aprovecha los lazos culturales futboleros que unen a la Argentina con Túnez. Muchos tunecinos recuerdan el Mundial 78 y también el gol de Maradona a los ingleses, porque el árbitro que no cobró mano era un compatriota. "A pesar de que no tienen una liga grande como la egipcia, es el deporte principal", describe Rojas.
AUTORAS: Sofía Terrile, Delfina Torres Cabreros.
FUENTE: La Nación »